Hoy escuché que para que nuestras ramas alcancen el cielo,
nuestras raíces deben llegan profundas hasta el infierno.
Sonreí.
Sonreí.
Estas últimas semanas he andado paseando por el inframundo,
el personal, ese que esquivamos demasiadas veces. Quizá por vergüenza, o por
miedo… tal vez por las dos.
Sí, ha sido algo así como salirse del luminoso camino de los
ideales para entrar no en otro desconocido, no —que tan bien a veces conocemos
a nuestros demonios— sino más bien, para adentrarme a aquellos caminos que un día
recorrí y que hoy trato de evitar, por aquello del proceso de madurez.
Ha sido un paseo acompañada, por demás. Así, tomada de la
mano de algunos arriesgados acompañantes y acompañantas, estos días pasados me
sumergí en la sombra de mis propios sueños.
De sobra me es conocido el mundo de la corrupción —del alma—,
no vayan ustedes a "pensar mal". Pero es y ha sido curioso el acercamiento desde
la terraza de mi presente.
Me he encontrado con muchos viejos rostros conocidos, y
también he entablado nuevas relaciones. Todos estos encuentros han sido un baile de máscaras veneciano, antiguo. Un juego que
como humanidad hemos estado jugando desde que nuestro corazón comenzó a mirarse
en el espejo del otro y dejó de ver su propia pequeñez y su extraña grandeza.
Y así, sumidos en juegos de poder, nos creamos pequeños y
miserables reinos, para sentirnos grandes e importantes. Por eso hacemos
pequeñas fiestas que rellenamos de aduladores y críticos —que son lo mismo—
para estar en boca, en el boca a boca de la respiración asistida.
A veces se invoca al demonio para que nos recuerde lo
humanos que somos. Quizá es un juego peligroso, ese de ver hasta donde puedes
ser tentada por tus propias debilidades, pero es real como la vida misma, tan
real como respirar o quemarte la mano al ponerla sobre el fuego. Es más real
que caminar siempre derechita… es abrir los espacios de la otra mitad, sí
aquella que se compone de todo lo que vamos dejando por el camino, los retazos
de nosotros mismos que nos avergüenzan.
Pero ya de regreso en la propia casa que hoy es mi presente,
esa casa que he labrado con el esfuerzo de mis propias manos, de mi mirada
honesta y de mi corazón valiente, me acuesto a reposar meditativa observando en
el recuerdo mi paseo por el inframundo, lleno de machos misóginos y de hembras
desesperadas, y me sonrío… con una sonrisa complaciente de cuerpo orgasmeado.
He sido lo suficientemente libre como para decidirme a entrar al mundo del diablo, pasar
una larga noche de romance con él, y salir de allí habiendo pagado la cuenta.
No será mi última visita… aún quedan retazos de mi alma que
rescatar de la oscuridad, que pintar de colores luminosos, pero al menos hoy he
salido sonriendo.
Mis ramas se estiran un poco más, llegan más alto que antes.
Mi tronco se ha hecho más sólido, mi mirada alcanza a ver más lejos… pues mis
raíces han dejado de temer al fuego del infierno, han dejado de temer a la profunda oscuridad que hay que atravesar para llegar hasta él.
Tomando en cuenta las palabras de un ser querido, en la siguiente visita tendré que salir del infierno por un camino distinto del que entré. Así se prepara el siguiente reto: con prudencia.