La palabra me lleva a una orilla, como depositada por una ola de mar, en la que restan dos pilares de la vida: el sexo y la muerte. Ambos tabúes fácticos, aunque por lo alto, como sociedad, nos jactemos de su legalidad e incluso libertad.
Si la sexualidad está inundada de tabúes, si la muerte es casi innombrable, ¿qué espacio tiene la vida para desarrollarse?
A veces el espíritu —o las ganas del alma— necesita expandir el territorio para poder seguir jugando. Algo así les debió suceder a los europeos en la Edad Media cuando se lanzaron a la mar en busca de nuevas rutas de comercio. También a algún que otro pirata como el legendario Capitán Misson que fundó Libertaria para escapar del sistema europeo y hacer un mundo más acorde a sus ideales, en el que ni la esclavitud, el dinero, ni la religión existieran.
De la misma forma el espíritu de los humanos del siglo XXI, necesita expandirse derribando tabúes que lo limitan y asfixian la posibilidad de seguir desarrollando tanto la conciencia como nuevas condiciones para la prosperidad de la vida.
La sexualidad como la muerte —Eros y Tánatos— abarcan tanto lo privado como lo público. A veces se piensa que gozamos de una regulación pública para poder vivir estas dos facetas libremente de forma privada, y no es así. Lo que nos lleva a preguntarnos sinceramente hasta qué punto somos libres para vivir la sexualidad que necesitamos vivir y así permitir la expansión de nuestras ideas y de nuevos vínculos sociales que no se limiten a la familia (católica, cristiana y romana).
De la sexualidad hemos hablado, al menos yo, hasta el hartazgo ya, sintiendo como siento que a lo que nos dirigimos como especie de una nueva era es a preparar las instancias del amor, un amor que aún está lejos de vislumbrarse en el horizonte de nuestras relaciones actuales.
Pero en lo que aún no me había detenido es en lo esclavizados que estamos con respecto al tema de la muerte, gran tabú de nuestro paradigma actual.
El occidental ha jugado con el tema de la vida eterna gracias a la alquimia, fascinado con leyendas que le han llegado de oriente, pero el hombre moderno con su método científico, logró enterrar los sueños de inmortalidad en el foso de los imposibles y así una ciencia que unía y mezclaba —haciendo honor a su nombre— muchas facetas del ser, se vio transformada en otra que sacó de cuajo a lo invisible de la ecuación, quitando la raíz de Dios (Al) y quedándose sólo con la quimia. De ahí el "nacimiento" de la Química moderna, fascinante pero igual de fría que sus laboratorios.
Hoy no pretendo hablar de nada sino dejar ahí en puntos suspensivos el tema que me tiene ocupada este ciclo solar. Poco a poco se va tejiendo el tema del sexo con el de la muerte, para poder llegar a presentar finalmente al gran invitado de la nueva era: el Amor. Un proyecto ambicioso que me priva de otro tipo de aficiones pero al que despacio y en silencio le estoy dando —como a mis hijos— "los mejores años de mi vida".
¿Tiene acaso la muerte la posibilidad de convertirse en un gran orgasmo desde el cual fundirnos con nuestro verdadero Amante? De ser así ¿Podría ser la sexualidad la preparación para el ocaso de lo conocido y la puerta (mandorla, vagina) para entrar a la vida eterna? Nada de esto es nuevo, los alquimistas taoístas surcaron este tema y cuenta la leyenda que algunos hombres alcanzaron la inmortalidad copulando. Siendo esto así ¿Qué actualidad tienen estas historias? Y siendo como soy occidental no puedo evitar preguntarme ¿Cómo llevar toda esta mezcla de filosofía, magia, alquimia, ciencia, conocimiento y saber, a la práctica para poder no sólo morir dignamente sino incluso de forma sublime?
La vida y la muerte se entretejen, se nutren una a otra. Nada de esto es nuevo, no sólo los taoístas, sino los griegos, los tántricos, y por supuesto los psiquiatras como Freud, W. Reich, Jung, etc... exploraron con estas dos energías de Eros y Tánatos. Aún así, sin pretender descubrir ningún hilo negro sino más bien acercar mundos, creo que merecen una relectura, una actualización para que podamos aplicar en nuestro tiempo conceptos que nos ayuden a vivir plenamente y a morir gozosamente, desterrando un poco el drama y el dolor, la confusión, el miedo y la frustración, para poder al menos componer una canción de bienvenida a eso, que de otro mundo es y que tan poco conocemos aunque nos hartemos de nombrarlo, ese forastero que llamamos Amor.
Sólo el amor trasciende y traspasa la barrera del tiempo y el espacio; Amor vincula la vida y la muerte, es amigo de los dos antagonistas. Une lo desunido, concilia los opuestos, reúne lo disperso.
La vida cambia, la muerte conserva, al menos, el recuerdo que ya no se verá modificado por una nueva experiencia. Sólo por hoy es una promesa de vida; para siempre, es una promesa de muerte que sólo los inmortales podrán cumplir.
(la foto es de La Mujer del Mar)