Para ella: C.
¿Sabes? La Navidad significa justamente
nacimiento, el nacimiento de la luz, para ser exactos. Se celebra estos días
por ser el solsticio de invierno — 21 de diciembre— en el que la luz ha llegado
a su punto más bajo, es el día más corto y la noche más larga. El festejo del
25 es, desde tiempos inmemoriales y por supuesto anterior a la figura de
Jesucristo, el día en que se festeja que la luz vence a las tinieblas. Y es por
ello que conmemoraron oficialmente la Natividad —o nacimiento— del Kristo en
estas fechas: la luz de la conciencia krística venciendo a las tinieblas de la
ignorancia y así dando paso al nacimiento de una nueva humanidad (como
posibilidad al menos).
La luz y la sombra libran una batalla
mítica desde el principio de los tiempos. Llevada a un lugar mucho más
interesante que las películas hollywoodenses de héroes y villanos, esta misma
batalla se libra diariamente dentro de nosotros, aunque no tengamos conciencia
de ello.
Desde el punto de vista de la moral
judeocristiana, se suele relacionar a la luz con lo bondadoso y a la oscuridad
con lo malévolo. Pero en realidad esta clasificación se debe a un sentimiento
de lo más simple y humano: se debe al miedo.
Lo luminoso y lo bondadoso no son
sinónimos, de la misma manera que lo oscuro y lo malévolo tampoco lo son.
Para hacer los conceptos accesibles, podríamos
decir que lo luminoso es todo aquello que conocemos (de nosotros mismos y del
medio) y lo oscuro es aquello que no podemos ver y por ende desconocemos (ídem).
Como es lógico, a aquello que desconocemos, desde un lugar básicamente animal,
lo tememos. Es por esto que culturalmente se han asociado estos conceptos
morales con lo luminoso y lo oscuro.
Pero sea como fuere, estos son los
paradigmas que nos rigen y debemos tomarlos en cuenta cuando nos aventuramos
—nunca mejor dicho— en procesos que buscan desenmascararnos, sincerarnos,
sanarnos y evolucionar.
Como decía, la luz y la oscuridad están
turnándose el reinado de forma cotidiana. Diariamente nace el sol parido por la
oscuridad, y ésta lo engulle en sus fauces cada atardecer. La madre se come al
hijo.
La noche y el día se dividen su reinado y
según avanza en su danza cíclica el año, hay meses en los que la luz reina más
tiempo que la oscuridad y viceversa.
Como vivimos en una esfera que se mueve
sobre su eje circular y alrededor de otro eje de manera elíptica, y a su vez
forma parte de un sistema circular que está contenido en una galaxia espiral…
todos, absolutamente todos nuestros procesos (internos y externos), como
humanos hijos de esta creación de universo, son cíclicos. Todos. Y por
desgracia, esto se nos olvida.
Así cuando cometemos el mismo error de
nuevo, nos atormentamos y nos juzgamos como si el tiempo, nuestro devenir e
historia, nuestra evolución y nuestros procesos, fueran lineales, y además esta
línea tuviera que ser ascendente. — Es increíble que sabiéndonos sumidos en un
universo si suelo y techo, sin arriba y sin abajo, sin principio y
probablemente sin fin, aún pensemos nuestra vida como una escalera ascendente,
nos relacionemos con el tiempo como si fuera un camino con una dirección hacia
delante y con unos deshechos atrás—.
De la misma miopía adolecemos al mirarnos
como seres de luces y sombras. Hemos concedido los atributos positivos a la
luz, como si aborreciéramos la noche, el descanso, los sueños, el frío y el
invierno.
Imagina nada más un día eterno, sin
sueños, sin noches, sin estrellas y sin luna, sin descanso, sin misterio, sin
sombras, sin cerrar nunca los ojos, sin dormir, sin soltar, sin perder la
consciencia ni un solo instante.
Imagina un continuo verano, sin otoños,
sin inviernos.
Imagina una vida sin ciclos, como una
carrera: viviste un cumpleaños, ni uno más, una navidad, una primavera…
La luz, el día, lo conocido, nos permite
actuar, pensar, registrar, controlar (o al menos tratarlo), decidir, proyectar,
socializar, servir, atender, trabajar… La oscuridad nos permite entrar dentro
de nosotros, reflexionar, sentir, sorprendernos, soñar y fantasear, estar en
soledad, meditar, descansar, soltar el control, dejarnos llevar, amar,
entregarnos, intuir…
Necesitamos las dos facetas por igual.
Hay temporadas en donde a nivel planetario se requiere de más luz y hay otras
temporadas que se requiere de más oscuridad. Pero no se puede existir en este
plano de existencia (valga la redundancia) que llamamos vida, sin uno de los
dos procesos.
A la mujer, por sus atributos femeninos,
se la ha asociado con la oscuridad y al hombre con la luz, Y cierto es que
nuestros recursos genéricos son distintos y a las mujeres nos rige más la
noche, la luna, la intuición, los sueños, el cuidado… y al hombre la actividad,
el control, el pensamiento proyectivo, la organización, lo social, la regla…
Así que como podemos ver, la luz y la
sombra están muy lejos de ser sinónimos de bueno y malo. Incluso bajo el prisma
de conciencia e ignorancia, tampoco habría que catalogar a lo primero como algo
positivo y a lo segundo como algo negativo. Podemos partir de la base
fenomenológica que el ser humano es un ser absolutamente ignorante y que la posibilidad
que tiene de dejarlo de ser en pequeños quantums es lo que comúnmente llamamos
el despertar de la consciencia, y en comparación con la Fuerza Creadora que
genera y mantiene la existencia, este despertar de la consciencia es igual de
pequeño y limitado como lo somos nosotros físicamente cuando nos comparamos con
los grandes cuerpos celestes.
Pero de igual manera es cierto que
tenemos la posibilidad de ir ampliando esa conciencia, y la vida es justamente
un proceso en el que vamos dejando de ser ignorantes y pasamos a descubrir cada
vez más cosas en la medida en que nos desarrollamos y crecemos.
Sólo hay que ver el mundo de un niño y el mundo de un adulto (hablando por supuesto de condiciones “saludables”). Dicho esto y sin necesidad de ampliar más esta premisa, podríamos afirmar que la vida es un viaje que parte de una ignorancia inocente para culminar en una humilde sabiduría. O esto, al menos, es lo que es posible que sea, aunque nos empeñemos en no llevarlo a cabo.
Sólo hay que ver el mundo de un niño y el mundo de un adulto (hablando por supuesto de condiciones “saludables”). Dicho esto y sin necesidad de ampliar más esta premisa, podríamos afirmar que la vida es un viaje que parte de una ignorancia inocente para culminar en una humilde sabiduría. O esto, al menos, es lo que es posible que sea, aunque nos empeñemos en no llevarlo a cabo.
Hoy es Navidad, y como decía al
principio, festejamos de una forma cristiana el rito pagano de la luz venciendo
a las tinieblas. La luz está creciendo pero aún reinan las fuerzas de la
oscuridad. Esto es, seguimos inmersos en un proceso que tiende a lo reflexivo y
meditativo, al descanso y al sueño, al no hacer haciendo, a guardarnos, a
atesorar la energía, a escribir los sueños, a descubrir misterios.
Para todos aquellos que comienzan o están
en un proceso de verse por fin tal cual son, es el momento ideal pues podrán
poco a poco ir sacando a la luz potencialidades que tenían escondidas en su
sombra (en su inconsciente) y que desconocían.
Y así puedan florecer en la primavera, actuar en el verano, cosechar los frutos de sus actos en otoño, y meditar y reflexionar, descansando, en el invierno para soñar con el mañana y proyectarse, atreviéndose a ser, cada primavera, aquellos que realmente son.
Y así puedan florecer en la primavera, actuar en el verano, cosechar los frutos de sus actos en otoño, y meditar y reflexionar, descansando, en el invierno para soñar con el mañana y proyectarse, atreviéndose a ser, cada primavera, aquellos que realmente son.
El ser humano es por naturaleza ignorante
y poco inteligente, es un ser muy pequeño en esta Creación, su tiempo en el
devenir de la Historia es prácticamente un suspiro… pero no es “malo”.
Así que esta Navidad los invito a que nos
dejemos de mirar en base a bondad y maldad, nos dejemos de juzgar en base a
error y acierto, a medir en base a mejor y a peor, y nos asumamos humildemente
como seres profundamente limitados que estamos aquí para aprender: para sacar a
la luz lo que hay en la sombra. Que estamos aquí para acrecentar nuestra
conciencia (aunque sea un poquito al menos) y dejar de ser tan ignorantes.
Permitámonos danzar de forma cíclica con ese día y esa noche, con los ritmos y
ciclos que nos mueven, en sintonía con la Creación de la que formamos parte.
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