Se cree, se crea, creamos, nos crean.
Creemos.
Creemos.
Creaturas… creadas… creen.
En la danza de la existencia nos ha tocado jugar el papel —aquí y ahora— de
creaturas. Dicen algunos que el viaje de la consciencia para trascender este
estadío y que no nos quedemos atrapados, justamente tiene que ver con transformarnos
de creaturas en co-creadores —tener consciencia de ser hijos de la divinidad—.
Estas palabras parecen grandes, pero son tan sencillas que todos las hemos
experimentado.
Creamos cada día nuestra realidad. Si amamos, el mundo nos parece el
Paraíso, si sufrimos lo vivimos como un valle de lágrimas.
Hoy se festejan los libros, esa fantástica herramienta humana que nos ha
permitido comer con los faraones, acostarnos con Casanova, recorrer países
lejanos o salirnos fuera de este mundo.
Hay creaciones humanas que sin duda nos conducen a creer que podemos ir más
allá de nuestros límites. Sin embargo hay otras creaciones humanas que nos
aterran.
¿Cuál escoges?
Hace mucho tiempo hablaba con una amiga que había perdido a un hermano. Se
confesaba atea y trataba desesperadamente de arrancarme el secreto que según
ella yo poseía: aceptar la muerte de mi propio hermano. Recuerdo que ella me
rogaba que la convenciera de que la muerte tenía un sentido mayor que su propio
sufrimiento. No pude más que decirle que todo era una cuestión de creencias.
Ella sólo pudo responderme que esa salida le parecía un consuelo fácil.
Esta conversación sucedió en el último viaje que hicimos como familia con mi
madre. Al año siguiente mi madre murió. Entonces recordé entrañablemente
aquella conversación con Isa, mi escéptica amiga, y no pude más que
compadecerla. Era cierto que mi hermano había fallecido unos 18 años antes,
pero sin duda el tiempo no logra devolvernos al ser amado. Sin embargo, esa vez,
ya en presente, cuando la sorpresiva muerte de mi madre nos dejó mudos e
impotentes, volví a sonreír. Yo no creo en la muerte, y como no creo en ella
una parte de mí no quedó enterrada en la tumba de mi madre. Ya no.
Las creencias no son científicas, son realidades que yo creo en base a lo
que llevo dentro. Son anhelos que me conducen a la fe. Y como decía la peli de
Life of Pi: ¿qué historia prefieres creer?.
Yo prefiero creer en lo que dicen algunos libros, en lo que sueño en las
noches, en lo que desea mi alma. Miro el horror y sé que existe: adentro y
afuera de mí. Pero decido no creerlo (crearlo) sino transformarlo. Porque hace
ya muchos años me creí bruja y ahora lo soy. Creí en la magia y ahora la veo.
Creí en el amor y ahora lo siento. Y cuando creí en una Fuerza Divina, se me
reveló tan claramente, que hoy… soy un ser sin creencias. No puedo ya creer en
lo que veo, porque no me hace falta, porque eso en lo que creí ahora ESTÁ.
Y lo que aún falta en mi vida, lo voy creando en base a saber que nada de
lo que vea, sienta o imagine… no existe. Porque simplemente yo no soy Dios. Yo
no puedo Crear, pero sí puedo escuchar la delgada sinfonía de la Vida y materializarla.
Puedo hacer mis sueños realidad. Puedo ser co-creadora de mi existencia.
Y todo aquello que me supera, para mi gusto o mi disgusto, puedo aceptarlo
porque soy tan pequeñita que a veces no veo la Bondad en todo. Pero sé que
está, aunque yo no la vea.
Y este saber es la fe.
¿Y si resulta que soy una comodina que se agarra de la fe para… no sufrir?
Pues, la verdad es que creer no me quita el dolor, pero diluye el sufrimiento.
El dolor transforma mi soberbia en humildad, mi don de importancia personal en
compasión, y otras pequeñas cosas; el sufrimiento, sin embargo, no sirve para
nada.
Hoy día del libro recomiendo, y me recomiendo, leer para soñar y soñar para
creer.
¿Con qué sueñas cuando la noche cierra las pestañas del mundo y en soledad
te encuentras?
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