El otro día leía un buen artículo acerca
de las relaciones de pareja en la página de Ram Dass, que aquí les dejo por si
les interesa. Mismo artículo que me ha seguido rondando la cabeza estos días.
En éste, Ram Dass habla de dos polos en las relaciones de pareja: por un lado
se encuentran aquellos seres humanos que hacen de su encuentro un verdadero
matrimonio de almas para lograr alcanzar juntos el estado de complitud —o
éxtasis—. Y en el polo opuesto se encuentran aquellas personas que han dedicado
su vida a alcanzar ese estado de complitud con la Divinidad misma, es decir en
su interior, por lo que nunca se podrán entregar de manera completa y absoluta
a un solo ser humano. Entre estos dos polos se encuentran las diferentes
opciones de relación en las que, como en una paleta de grises, los seres
humanos nos movemos.
A partir de ahí, podemos reflexionar
acerca de cuál es nuestra aspiración personal al avocarnos en la empresa —ardua,
hay que decir— de relacionarnos en pareja.
¿Por qué estoy en pareja? ¿Por qué, para qué quiero tener una pareja?
Si a lo que aspiro, por ejemplo, es a casarme
para poder vivir una vida holgada y relajada, burguesa y cómoda, pero me caso
con un hombre que no es rico ni aspira a enriquecerse; pues podemos imaginarnos
que seré siempre una mujer amargada y frustrada en mi matrimonio.
A veces nos enamoramos de una persona libre —como espíritu, por ejemplo— y luego el que ella ejerza su libertad nos acaba doliendo en nuestro amor propio, nos hace sentir amenazados, nos asusta y nos hace temer que la vamos a perder. Y ya sabemos como reaccionamos los humanos de forma genérica cuando nos sentimos amenazados: violentamos al otro de una forma u otra.
Otras veces el escenario es el contrario y nos enamoramos de una persona estable, que sabemos que nos va a procurar el sustento económico, emocional y psíquico para que podamos construir una familia y una vida seguras. Y después de un tiempo nos aburrimos hasta el hartazgo y comenzamos a buscar otro tipo de aventuras —de cualquier índole— y esto mismo nos hace sentir culpables y a nuestra pareja le hace sentir abandonado.
Estos son ejemplos muy sencillos de lo contradictorios que somos a la hora de relacionarnos. Y todo ello es resultado de lo poco sinceros que somos con nosotros mismos, de lo alejados que estamos de nuestras auténticas necesidades, de lo confundidos que vivimos, de lo poco o nada alineados que tenemos los ejes de pensamiento, sentimiento y acción.
Mucho se habla hoy que los acuerdos en la pareja deberían irse renovando, y me parece una buena propuesta, pero la
realidad es que si no estamos continuamente observándonos como parte de una
práctica cotidiana de conocernos a nosotros mismos, difícil me parece llegar a
alcanzar pactos que se ajusten a nuestra absoluta, auténtica y sincera realidad.
Por otro lado, cuando ya no nos está funcionando la relación, decidir un buen día poner sobre la mesa
todas nuestras frustraciones, es injusto con todos, pero sobre
todo con la relación misma. El trabajo debería comenzar primero en un proceso
personal de auto conocimiento, auto observación y sanación profunda, sólo
entonces nos daríamos cuenta qué es lo que en realidad anhela nuestro corazón,
no como caprichos sino como auténticas necesidades del alma.
Nuestras almas están necesitadas de muchas cosas que no les damos porque no sabemos cuáles son estas necesidades, y la mayoría de las veces, esta insatisfacción la traducimos —conscientes o no— en que nos falta amor, y tratamos de que nuestra pareja —o la vida en pareja— nos supla aquello que anhelamos, y si ya la pareja no nos lo suple, nos enamoramos de nuevo para sentirnos vivos otra vez (de otra persona, de los cuarzos, de las tetas de silicona, de los ángeles, de las ballenas…) Pues el alma, en este trajín confuso, languidece mientras ve cómo
nos pasamos la vida tratando de ser felices, y la felicidad no es un logro
nunca, es la consecuencia de caminar en nuestros propios zapatos trazando el
camino de nuestra propia vida y de nuestra propia existencia —que no es la misma cosa.
Caminar con nuestros propios zapatos
significa desarrollar las potencialidades que llevamos dentro. Y cuando hablo
de potencialidades no me refiero a cantar, bailar o pintar —que también— sino
sobre todo a la potencialidad de vivir la vida como YO la sé y la puedo vivir.
La mayoría de las veces, vivimos la vida como nuestros padres la vivieron, o
como la vive la mayoría, como todo el mundo… porque en la mayoría de los casos
no hemos tenido otras referencias; o bien, la vivimos exactamente al revés que
nuestros padres y nuestro núcleo social porque somos rebeldes; y parece,
parece…, que somos nosotros los que hemos escogido nuestro destino, es decir
con quien nos casamos, en qué trabajamos, cuántos hijos tuvimos, etc. Y nada
más alejado de la realidad. Sólo estamos repitiendo patrones, siendo fieles a
los sistemas en los que nos criamos, o reaccionando a ellos en una batalla que
nunca nos permite detenernos a escuchar cuál es nuestro verdadero anhelo.
Por lo general sólo estamos continuando
un legado que nos fue heredado, ya sea como conservadores o como rebeldes, pues
si somos rebeldes les aseguro que tampoco seremos los primeros en serlo de
nuestro linaje.
Hasta que no nos podamos quitar de encima
tanta domesticación, no podremos ver de qué tamaño tenemos el pie y entonces
calzarnos aquellos zapatos que nos quedan, que son para nosotros, únicos e
irrepetibles… sólo entonces podremos caminar las palabras de nuestro corazón.
Antes de eso, nuestro corazón nos grita de muchas formas —muchas veces haciéndonos
enfermar— pero no lo escuchamos, no porque no queramos sino porque hace mucho
tiempo que como Humanidad olvidamos cómo era que se escuchaba a la voz
del corazón. Y la voz del corazón no son nuestras emociones, esto hay que
aclararlo, las emociones están igual o más domesticadas que la razón. No,
cuando hablo de la voz del corazón hablo del Corazón como se describe en
Medicina Tradicional China: como la residencia del Espíritu.
Pero ¿Quién sabe hoy cómo escuchar a su Espíritu, al Espíritu? ¿Dónde está el Espíritu? ¿Lo oigo con los oídos…? ¿Cómo, cómo se
hace eso?
Afinar la escucha interna es un arte que
hasta hace poco en Occidente se había prácticamente olvidado. Sólo los monjes
(ya desaparecidos casi) y las monjas, que se retiraban de la sociedad y se
dedicaban a una vida contemplativa aún sabían practicar dicho arte. La sociedad
se secularizó tanto que las personas de a pie —que se dice— fueron dejando las
costumbres de sus antepasados, fueron perdiendo la riqueza de sus tradiciones sagradas en la medida en que las religiones cristianas comenzaron a dominar Europa y con Europa a sus
colonias. Y la Iglesia Católica, también fue perdiendo el sentido y el origen
de sus prácticas, hasta convertirlas en actos repetitivos carentes de sentido. Y
así, el Espíritu Humano se fue empobreciendo, alejándose cada vez más de la
Fuente. Esa fuente que es un manantial que brota en nosotros mismos. Ese
manantial es lo que yo y los chinos llamamos por el nombre genérico de Corazón.
Hoy, gracias a la globalización, a que el
mundo se ha hecho más pequeño, una mexicana como yo puede hablarles de cosas de
los chinos, y ustedes ya conocen, por ejemplo, el concepto de Meditación. Pero pocos aún son
los que se adentran en la práctica de la escucha complaciente y serena de la Meditación, que hacen y se procuran ese silencio diario. Hoy muchos hacen Yoga,
porque está de moda, pero pocos saben que las prácticas de esta disciplina
tienen como principio unir —yoga, religar—, igual que lo tenía originalmente la Religión —religar,
unir—.
Y no es que nos hayamos desunido, no
podemos desunirnos, es imposible, somos un solo cuerpo de Existencia. Pero nos
hemos alejado tanto de la Fuente que ya no la escuchamos y si la oímos, ya no
comprendemos su lenguaje. Nos hemos olvidado quiénes somos y para qué estamos
aquí. Hemos olvidado el Origen y el Sentido —Tao—.
Así que cuando hacemos un alto en nuestras
vidas y comenzamos a ejercitarnos en prácticas que nos devuelven las facultades
originales que teníamos: escucha, visión, olfato, tacto, gusto amplificados,
comenzamos a recordar. Sí, porque el Corazón nos recuerda constantemente.
Te
recuerda constantemente quién eres tú en tu mejor versión, quién eras cuando
disfrutabas, quién eras cuándo soñabas, cuando creías, cuando amabas, cuando
hacías magia, cuando te maravillabas cuando eras LIBRE… Y cuando al fin recuerdas ya no puedes
mentirte ni un solo día más; los zapatos que llevas te quedan chicos, ya no los
aguantas, o te quedan grandes y te hacen tropezar continuamente. Te sinceras y
te das cuenta que no quieres estar donde estás, ya no quieres aguantar aquello,
ya no quieres violentar a los que te rodean, o te das cuenta que hace mucho que no das las gracias, que hace milenios que no sonríes de forma fresca y espontánea, que hace siglos que no te tratas bien… Y así…
Sólo así empieza el cambio, ese que nos
lleva de vuelta —lo que se conoce como el camino de Retorno— directo hasta el centro de nuestro Corazón, en el que se
encuentran todas las respuestas a todas nuestras preguntas. Allí, adentro de
nosotros está contenido Todo, y sólo adentro lo encontraremos, por más que
insistamos en buscarlo afuera: en la pareja, en los hijos, en el éxito y en la seguridad cómoda de una vida sensata y tranquila.
A menos… a menos que decidamos fundirnos con otro ser y convertirnos juntos en una sola alma… pero esa ya es otra historia, y otro día hablaremos de ella.
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