El bosque tiene esas cosas. Así de especiales, así de
maravillosas.
Lo que parece silencio y calma es en realidad un bullicio
constante de vida, entre disimulada y escandalosa, pero su constancia vibra en
una frecuencia de calma.
El tiempo se mide en base a lo que tarda una hoja en caer desde
la copa de un árbol inmenso, con una suavidad pasmosa.
Las plantas van a su bola, y también las mariposas y los
insectos. El río fluye y simplemente hace eso: transitar. Mientras regala su
canto de piedras rodadas.
Lo que parece estable en realidad borbotea cambio y
transformación. Sin duda un reino que invita a contemplar… el bosque.
Bosques plagados de seres elementales que susurran ruiditos
y así poder escuchar otro tipo de música. La Tierra que surge pronta con tantas,
innumerables, manifestaciones.
Mundo exterior en el que recrearnos y renovarnos, sin duda.
Una inspiración, como aliento constante de vida. Un ritmo cauteloso que nos
enseña cómo proceder.
Sin embargo, me pregunto cómo será la vida íntima de la
Naturaleza. Apreciar sus manifestaciones me permite realizar que existe una
vida interna, como mis propios pensamientos, intuiciones y sensaciones.
¿Cómo intuirá la abeja? ¿Cómo el colibrí? ¿Cómo se comunican
el fresno y el aguacate? ¿Qué mueve a la araña, más allá del instinto, al tejer
su red? ¿Cómo sentirá el ave, la suave brisa bajo sus alas?
Murmullos rumorosos que se esconden de mi mirada… y yo,
estupefacta contemplo un devenir de intimidades que se me escapan, escondidas
bajo la tierra, vibrantes…
Eso siento, sentada en el jardín que se abre ante un bosque
impresionante. Pero por mas que acerco la mano no llego a tocarlo, sino a
sentirlo.
El gozo, el placer de estar sin más, sumergida en un
misterio inabordable… pero profusamente pleno de algo que quizá intuyo como
amor.
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